Ante el rumor de la distancia, esa mañana no quería despedirme. No hay algo más amargo para mí que el adiós y por cosas del destino, últimamente no he podido evadir este sinsabor
Con "El Morocho" Rodríguez Parra, desde que nos
conocimos -hace unas dos décadas-, surgió una conexión a través de las crónicas
cabudareñas en donde su estirpe ha estado presente.
Luego, esta conexión se hizo más
patente por medio del intercambio de libros. Desde allí supe que esa blindada
amistad sería perpetua.
Durante las lides políticas, más de
una vez el Morocho me tomaba por el brazo y exigía prudencia y paciencia,
agregando su frase predilecta: "La paciencia y la tolerancia son virtudes
de sabios que no todos poseen, pero usted sí".
Ciertamente se equivocaba conmigo
pero era un aliciente para calmar mi efervescencia.
Empedernido demócrata
Era admirable ver su tacto en la
política y su retórica frente a la más cruda adversidad. Era un demócrata
sinigual, de esos que arriesgan todo por preservar la unidad, el sistema político
más perfecto sobre el globo terráqueo. Eso era el Morcho y de eso estaba hecho.
Junto al Morocho aprendí el valor de la amistad. Lamentablemente
en una hora menguada para Venezuela
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Creo sin temor a equívoco, que uno de
los momentos más felices fue cuando me instó a ser su ayudante en víspera de su
ascenso a la presidencia del Concejo Municipal de Palavecino. Me reusé para
seguir en los avatares periodísticos.
Las tardes de charlas en los jardines
de su histórica casona de Los Rastrojos, en donde una vez acampó El Libertador
Simón Bolívar, cuando se dirigía a Barquisimeto, duraban horas, y cualquier
interrupción para mí era sepulcral, dado lo rico de sus alocuciones y consejos.
Yo debía ser el consejero en materia
comunicacional y siempre terminaba siendo el asesorado en literatura, historia
local, derecho, filosofía y hasta como confrontar las situaciones en el
matrimonio.
La mayoría de sus artículos
periodísticos pasaron por mis manos antes de ser publicados por EL IMPULSO, con
la excusa persuasiva de "darle sintaxis y corrección gramatical".
Estoy convencido que fue siempre un
mensaje que ahora, luego de su partida, tiene muchas interpretaciones.
Cuando pronuncié mi discurso de orden
el 27 de enero de 2014, Día de Cabudare, frente al portal de la Capilla Santa
Bárbara, me abstuve de mirar al Morocho, porque su rostro de satisfacción me
producía un vacío enorme en la boca del estómago y en las pocas oportunidades
que lo hice, fue evidente la fractura en mi voz.
Un hasta luego
La última vez que lo vi es un
recuerdo imborrable: Le entregué un inventario del Archivo Municipal de
Palavecino, le di las llaves de la sede de este ente y lo miré fijamente sin
poder decirle adiós.
Me abrazó y me dijo: "Hijo a usted
le irá muy bien. Váyase con mente positiva porque usted brilla con luz propia.
Dios me lo bendiga".
No pude pronunciar una palabra. Un
sentimiento extraño me embargó, y sentí la contracción del corazón. La voz se
me bloqueó. Me embargó una sensación desoladora.
Sin decir una sola frase, me di la
vuelta y salí de su despacho pero antes de cruzar el umbral de la puerta de la
recepción, me volví. Y allí estaba, de pie, firme, mirándome con expresión de
complacido.
Medio sonriente aprovechó mi parada,
y me increpó: "Valor y pa' lante". Esa fue la última vez que lo vi.
Fue a principios de agosto de 2016.
Durante el largo viaje a mi exilio,
confieso que pensé en muchas cosas, pero en mi memoria retumbaban los póstumos
momentos de nuestro último encuentro.
Y muy a pesar del rumor de la
distancia, sé que sus palabras me acompañarán siempre y para siempre.
Un abrazo en la distancia buen amigo.
En donde quiera que te encuentres Morocho
Mi gratitud.
Siempre de ud,
LAPP
En Gaithersburg, enero 7 de 2017
En Gaithersburg, enero 7 de 2017
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